Querida, lo tuyo no es el encierro y por eso en tu camino,
habrá flores de mil colores y se oirá el trinar de los pájaros
al atardecer.
El trayecto será discreto, abierto y claro como tus ojos de mar.
Dulce como tu voz es el legado que dejas; sincero, modesto pero con ese toque de finura y elegancia que te define.
No te gustaban las multitudes y ahora te acompaña lo amado,
que para ti, siempre fue lo suficiente.
No puedo acompañarte en esos momentos de restricción
y en cierta manera, lo agradezco. Mi comportamiento no estaría a la altura de tu dignidad, pues soy mujer de lágrimas cuando el corazón llora y lo hago por ti, porque te marchas de cuerpo aunque no de alma.
No soy amante de las despedidas y menos, cuando el sentimiento las rechaza.
Te imagino como porcelana blanca,
cortejada por el arco iris del atardecer
y una fila de estrellas esperando brillar
en las sombras de la noche.
Esa eres tu mi amiga,
una bella durmiente en la eternidad de la vida,
a donde iré a encontrarte cuando se cierre la página
del libro que me toca.
Yvette Ruben Alfandary
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