Desde mi
ventana, esperando
el huracán
Mattew,
bestia de cabeza
y cola
y un solo ojo.
El mar ruge
y las olas se
agitan invadiendo la playa.
Oleadas de
espuma blanca que
brilla en la
oscura noche.
Me atemoriza la
incertidumbre,
la impotencia
con que la naturaleza
somete al
hombre.
La luna se ha
guardado y el espacio
aún está en
calma.
Hay un silencio
extraño, como si
las horas se
detuviesen esperando
la furia que
llega.
El paso del
tiempo es lento, vengándose
del descuido y
prepotencia que
nos ciega una
vez termine todo.
Sabemos hablar y
no escuchar.
Cierro los ojos
y oigo cada lamento
que por ahora,
es un arrullo que recién
nace y será un
grito brutal.
No cuidamos
nuestro planeta y a la
menor protesta,
nos escondemos
con cobardía y
luego olvidamos.
La
amenaza se hace realidad.
Las
nubes bajan y comienza
la lluvia.
Es medio
día y parece un atardecer
sombrío,
sin pronóstico.
Por
momentos hay tranquilidad y
esperanza,
el sol de nuevo brillará.
Siempre
hay una enseñanza:
“Las
palmeras, humildes y flexibles,
agachan
sus cabezas ante el vendaval
y siguen
en pie.
El
roble, en su soberbia, se quiebra
en dos
ante cualquier fuerza que no
pueda controlar.”
Cae la
tarde y es casi noche...
Soy el mar
Espectacularmente hermoso
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